martes, 6 de agosto de 2013

Certezas.

Hacia frío, mucho frío, notaba como el furioso viento removía mi pelo invitándome a marcharme. No sabes las ganas que tenia de aceptar esa invitación,  pero no podía.

Se lo había dicho, le había dicho que la quería. Y no me iría de allí sin una respuesta. Ya podía caer un meteorito, que yo seguiría allí plantada con cara de niña temerosa, esperando algo que no quería que llegase nunca.

Me daba miedo, me daba miedo que no volviese a hablarme, con su voz fuerte y calmada, me daba miedo que no volviese a mirarme con sus ojos azules, sus preciosos ojos azules que me hacían estremecerme cada vez que me miraba. Me daba miedo no volver a ver su sonrisa, con sus dientes blanquísimos y sus labios perfectamente pintados.

Pero ella no tenía miedo, no tenía dudas. Solo estaba allí, de pie, siendo perfecta. 

Cuando me miró, y escuché su risa. Oh… ¿Cómo puedo describirla? Es como… como el tintineo de cien campanillas de cristal, como el canto de una sirena, como el sonido de una estrella fugaz al pasar… podría darte mil ejemplos y aun así no lo entenderías.

—Sabes, eres extraña.—dijo con su marcado acento— la primera vez que te vi, estaba convencida de que eras idiota. Siempre sonriendo por todos lados…  La segunda vez que te vi, entendí que si tú dejabas de sonreír me moriría, era una extraña certeza, ya sabes, es ese tipo de cosas que sabes aunque nadie te dice, como que el agua moja. —Paró para coger aire— Me gusta esa certeza.

No entendí lo que me decía. Pero eso tampoco era nada nuevo, casi nunca entendía lo que me decía, era demasiado complicada. Creo que esa era una de las cosas que me gustaba de ella. Y la verdad, es que cuando me cogió de la mano sonriendo, me dio igual no entenderla. Me dio igual que no me hubiese respondido, me dio igual estar muriéndome de frío.


Me había cogido de la mano. Ella, a mí. El planeta podía congelarse, porque yo sabía que estaría calentita. Ya sabes, es una extraña certeza, como que el agua moja.